domingo, 4 de marzo de 2012

El Camino de Santiago (II): la Peregrinación

¿Por qué los peregrinos abandonaban la seguridad de su hogar para emprender un peligroso viaje a los confines del mundo? La respuesta nos la da este fragmento de la Historia Compostelana:

“Por la misericordia de Dios concede la vista a los ciegos, andar a los cojos, salud a los leprosos. Socorre y ayuda a todos los que le piden devotamente y con innumerables milagros tiene poder a ambos lados de los Pirineos. Pues ha librado a los que estaban encerrados , a otros imposibilitados por una larga enfermedad, los ha sanado…Por ello tan gran multitud visita su cuerpo, por ello son innumerables los que piden con confianza su ayuda.”

La indumentaria característica del peregrino se compone del sombrero de ala ancha, el zurrón, y el bordón, un largo cayadio necesario para ayudarse en la senda, salvar los riachuelos y defenderse. Su distintivo sera la venera o concha marina. Estas veneran serán el objeto de un enorme negocio, negocio regulado por la catedral compostelana y por el que se obtenían grandes beneficios.

Las figuraciones más antiguas de Santiago como peregrino con esta imagen tan típica aparecen a principio del siglo XII en los relieves de Santa Marta de Tera en Zamora y el claustro de Santo Domingo de Silos en Burgos. Esta inclusión del apostol en su repertorio iconográfico sirve para incluir en el Camino estos templos y así poder beneficiarse de las ventajas económicas de la llegada de los viajeros.

¿Cómo era el viaje?



Un fenómeno con un significado religioso tan especial tuvo una sanción litúrgica y antes de iniciar el Camino los viajeros debían cumplir con un ritual que estaba perfectamente codificado a principios del XII:

En primer lugar debía confesarse y comulgar, pues para emprender la marcha era necesario perdonar y ser perdonado.

Después, tras la misa y después de bendecir escarcelas (zurrones) y bordones en la puerta de la iglesia, procedía a su entrega solemne.

Los peregrinos solía además llevar cartas de presentación que les permitían circular con mayor seguridad y beneficiarse de las organizaciones asistenciales. Y emprendían el viaje en grupo. La mejor época para partir era entre Pascua y San Miguel, o sea entre la primavera y el otoño. En invierno, era realmente excepcional.

A lo largo de la ruta, los caminantes podían reponer fuerzas en hospederías y hospitales, que eran edificios anexos a los monasterios, se fueron después instalando en las afueras de los burgos y en puntos estratégicos en especial en lugares de difícil tránsito como los pasos montañosos, donde para orientar a los peregrinos en las oscuras noches y en los días nublados se tañían de forma ininterrumpida las campanas.

¿Cómo se llegaba? Pues a pie los más, los menos a caballo. Muchos hacían el viaje por mar, como los ingleses; pero la mayoría recorrían Europa por multitud de caminos, destacando entre todos, el llamado Camino Francés.

Un fenómeno tan importante dio a luz un manual informativo y a mediados del siglo XII, se escribe la primera guía del peregrino a Santiago que conforma el quinto libro del Códice Calixtino.

El recorrido que el autor del Códice Aymeric Picaud nos da aparece dividido en trece jornadas muy irregulares (pues oscilan entre los 21 kms de la más corta a los 97 de la etapa más larga) y lo cierto es que suaviza su dureza cuando puede para animar a los futuros peregrinos. En él reseña los cuatro ramales más importantes que tras recorrer Francia y atravesar los Pirineos, se funden en suelo navarro, y desde allí prosiguen hasta Compostela:

“Son cuatro los caminos a Santiago que en Puente la Reina, ya en tierras de España, se funden en uno solo. Va uno por Saint-Gilles, Montpellier, Toulouse y Somport; pasa otro por Santa Maria de Puy, Santa Fe de Conques y San Pedro de Moissac; un tercero se dirige desde allí por Santa Magdalena de Vezelay, por San Leonardo de Limoges y Perigueux. Marca el último por San Martín de Tours, San Hilario de Poitiers y Burdeos”.

Tras llegar a la impresionante catedral y terminar el ritual de peregrinación con las vigilias, las misas, y las ofrendas, era momento de regresar.

Antes de abandonar la basílica del apostol y sumergirse en la ciudad de Compostela, las esculturas avisaban a los peregrinos de los peligros que podían frustrar todo lo conseguido, y el peor de todos esos peligros era el de la lujuria. Por eso, en un capitel del crucero se cinceló una mujer desgreñada cuyos genitales se transformaban en una cabeza de un horrible felino. Esta imagen lustra una metáfora desarrollada por San Jerónimo: la vagina puede convertirse en la puerta del infierno.

El mismo mensaje es expuesto en el tímpano de la Puerta de las Platerías, en el castigo de la adúltera y en los suplicios de los lascivos en el infierno del Pórtico de la Gloria.

Con tan impactantes imágenes grabadas en su retina, los peregrinos volvían a su casa. Consigo llevaban las increíbles experiencias que habían vivido hasta llegar a su meta en el extremo occidente, en el Finisterre, el fin del mundo.
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